HABLANDO EN PRIVADO
domingo, enero 01, 2006
  LA CUADRILLA DE LOS ONCE


Por BAUPREST


La cuadrilla de los once



Hablaré, o por mejor decir, escribiré sobre Rosendo Mouriño, propietario de un restaurante del mismo nombre ubicado frente a mi vivienda, en el que acostumbro a comer y en el que hace poco más de un año nos reuníamos, entre amigos y conocidos, once personas en la misma mesa para degustar los platos de la excelente cocina del mencionado restaurante.

Algunos de ustedes recordarán al catalán Rosendo Mouriño, buen amigo y mejor filósofo, aunque se le noten sus genes gallegos por su carácter amable, buen amigo de sus amigos, un tanto mordaz, con esa burlona socarronería de los viejos diablos y antroidos gallegos que asustan tras las “silveiras” a las desprevenidas rapazas, riéndose socarrón de sus fingidos miedos; nació en Igualada, provincia de Barcelona, por puro accidente migratorio

También algunos recordarán al gallego Jaume Piulats, director comercial de una empresa barcelonesa que, por llevarle la contraria a Mouriño se le ocurrió nacer en Lage, provincia de La Coruña, durante unas vacaciones de sus padres por las turísticas y verdes tierras gallegas, que no es mal sitio para nacer por muy catalán que uno sea y Jaume lo es por los seis costados; digo seis porque incluyo también a todos sus abuelos. Lo bueno de Jaume, a mi juicio, y al de Mouriño también, es que no comulga con las teorías nacionalistas. No todo iban a ser desgracias.

Y, ¿Cómo no?, al inefable Salvador Ferrandis, máximo exponente de la cultura nacionalista “D’als paisos catalans” cuya sapiencia es conocida y admirada allende las fronteras del gran imperio fenicio, cuyos dirigentes criollos rigen hoy los destinos de la nación española. Como recordaréis algunos de vosotros, fue el prodigioso Ferrandis quien hizo atravesar el “Rio Rincón” a Julio César tras lo cual, según el presidente del sindicato de la pesca de caña y de bajura valenciana, pronunció su famosa frase “Ala mustia es”. Sigue acudiendo con regularidad a degustar los excelentes menús y mejores vinos del restaurante, cada día más uniformado, más nacionalista y más sabio.

A la muy gallega Etelvina, mujer de Mouriño, gran cocinera donde las haya, capaz de sanar a un desahuciado por la medicina a base de “lacón con grelos” o suculentos platos de pulpo “D’a Feira” en sus típicos platos de madera, o los no menos extraordinarios callos a la gallega con garbanzos, o las “caldeiradas” de merluza y abadejo que ensancha las aletas nasales de los comensales y hasta diría que de los viandantes, que entran atraídos por el aroma de sus cazuelas como las moscas son atraídas a un panal de rica miel que diría el clásico fabulista.

Al joven Juanjo Ripollés, Técnico de una empresa de Seguridad contra incendios Marítimos y Terrestres, que todavía anda el muchacho pensando si se casa o no se casa quizá porque durante mi ausencia ha cambiado más de novia que de camisa. Creo que Mouriño tiene razón cuando asegura que, tantas salidas del armario, están provocadas por la gratuidad de la carne sea o no foránea.


A Vicente Valera, fabricante de muebles de Burjasot que los exporta incluso a la China, que ya es alambicar precios, habida cuenta de que los valencianos, aunque son forofos acérrimos de la paella, no se conforman con un plato de arroz por todo jornal.

A Ramón Beltrán, cosechero de arroz en los campos de la Albufera, Sueca y Cullera, hijo de otro cosechero octogenario, que aún no ha cobrado las indemnizaciones por los fusilados en Paracuellos por Carrillo, ni tampoco las indemnizaciones de los que le fusilaron los falangistas en el monte La Bruja de Burgos. Claro que, según dice, al parecer los azules no son tan muertos como los rojos.

A Carlos Contreras, capitán de la mercante jefe de los remolcadores del puerto valenciano, al que no he vuelto a ver desde mi último zarpe, aunque sé que sigue en el empleo.

También ha desaparecido el profesor Vilanova, el de las múltiples y variadas chaquetas que, pese a sus casi sesenta años, se enamoró como un cadete de la también desaparecida Lina Gálvez, hermosa joven de 23 años, cajera de una entidad bancaria que fue “dueña y señora” de mi humilde morada, tanto la visceral como la enladrillada, durante un tiempo y que, como todas las dueñas y señoras, resultó ambidiestra y terminó abandonándome por Carla, una chacha de servicio muy joven y térmica y de muy buen ver.

Claro que no toda la culpa del abandono fue de ellas, sino del ectoplasma que nos visitaba a diario causando en las dos muchachas un pánico atroz que las obligaba a abrazarse con suma frecuencia para darse ánimos en cuanto aparecía el espíritu maligno de la bruja de mi ex mujer.

Pese a mis heroicos actos de valentía ante tan endemoniado ectoplasma, terminaron abandonándome para consolarse mutuamente de tanto pánico como sufrieron en mi fantasmal vivienda valenciana.

En fin, oigan, una tragedia que ni Eurípides ni Sófocles mejorarían.

Pero como el tiempo es inexorable en su devenir tanto para lo bueno como para lo malo (Ahí está Rodriguez para demostrarlo), las tragedias pasadas, pasadas están y, olvidadas sus desgracias el ser humano se apresta a convertir en comedia lo que, más o menos, tragedias fueron. Así, desaparecidas estas cuatro personas, dos de las cuales eran sumamente digestivas, han aparecido otras tres no menos nutritivas y saludables, a saber: Sonsoles, Amparo y Leonor.

Sonsoles y Leonor merecen capítulo aparte y de Amparo les hablaré otro día.
 




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