HABLANDO EN PRIVADO
sábado, noviembre 05, 2005
  A. PEREZ RUBALCABA / CHARLES DE TALLEYRAND



Elogio de la maldad



Fue el último en intervenir pero mereció la pena. Su discurso en el Congreso en defensa de la tramitación del Estatuto catalán fue sencillamente tan magnífico como el de Charles Maurice de Talleyrand, obispo de Autun, cuando abogó en 1790 en la Asamblea Constituyente por la expropiación de los bienes de la Iglesia y el sometimiento del clero a la Revolución Francesa.



Pío VI le excomulgó, pero los jacobinos le nombraron embajador en Londres.



Las similitudes entre estos dos grandes hombres son extraordinarias. El Príncipe de Talleyrand sirvió a la Iglesia, a la Revolución, al Directorio, a Napoléon, a los Borbones y acabó sus días con Luis Felipe de Orleans, rendido a sus pies en el lecho de muerte.



Rubalcaba ha servido a Felipe González, Guerra, Almunia, Zapatero y seguirá prestando sus oficios al que venga después porque es el único en el PSOE que no tiene recambio. Es tan valioso como Talleyrand, al que Napoleón tuvo que perdonar sus traiciones porque le necesitaba al frente de su diplomacia.



Tras la caída del dictador y el regreso de los Borbones, Talleyrand fue nombrado primer ministro, par de Francia y representante plenipotenciario en el Congreso de Viena. El hombre que había renegado de Luis XVI volvía en 1815 como mentor politico de su sucesor y hermano Luis XVIII. El genio de Talleyrand brilló en Viena, donde una Francia derrotada por las armas salió como potencia vencedora.



Zapatero espera lo mismo de Rubalcaba. Sólo él puede sacar adelante el Estatuto catalán sin que parezca que es inconstitucional y sin que las enmiendas provoquen la ruptura con los nacionalistas catalanes.


Y de paso, poniendo en evidencia al PP como un partido retrógrado e inmovilista.



Talleyrand era juerguista, libertino y mujeriego. Se le atribuye la paternidad del gran pintor Delacroix por unos amoríos que tuvo con su madre.


Pero Rubalcaba -cuya única pasión es el fútbol- ni siquiera tiene estas humanas debilidades, lo que le hace mucho más peligroso.


El gran pecado del Príncipe francés fue el ignominioso asesinato del Duque de Enghien, ejecutado por orden suya en Vincennes.

Talleyrand comentó años después que «fue un error, peor que un crimen».
 




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